Shakira es la mujer colombiana más universal de todos los tiempos. Y decidió irrigar buena parte de su fortuna en el trabajo social. Más de cinco mil niños y cuarenta mil colombianos se benefician en educación y ayuda alimentaria, a través de la Fundación Pies Descalzos que dirige la ex Canciller María Emma Mejía. Shakira es la gran madre colombiana sin hijos.
Hay gente que lo puede hacer pero no lo hace. Son grandes magnates y empresarios multinacionales, y también los hay que son Premio Nobel y han acumulado una inmensa fortuna. Se han ganado el dinero en franca lid, nadie lo discute, pero al filo de los setenta u ochenta años, cuando ya los acecha la línea de sombra de la muerte, lo defienden y lo acrecientan y lo atesoran como si fueran inmortales, como soñando ser uno de aquellos faraones que se hacían momificar y sepultar con todas sus riquezas. Lo pueden hacer pero no lo hacen...
En cambio ella, Shakira, lo está haciendo. Ahora. Joven. Es la mujer colombiana más universal en toda la historia nacional. Ha vendido cincuenta millones de discos en todo el mundo, pero afirma de modo contundente: “Soy una mujer que se pregunta constantemente acerca de los retos de la vida, y estoy segura de que mis metas no son sólo vender discos”.
Es la novia de Colombia. Es ídolo de millones de colombianos que están dejando de ser jóvenes y haciéndose cada vez más adultos con ella, que están pasando con ella la línea de sombra de los treinta años y que poco a poco se irán haciendo viejos con ella. Todos marcan su vida con la música de ella… Cada uno de sus discos, todo lo que dice y hace, o el día en que se case, y aquellos días en que tenga hijos, su destino de vida de alguna manera toca el corazón y los sentimientos de la juventud de una nación que tiene pocos héroes, que espera con incertidumbre su propio futuro y desde cuya desdicha ve en ella la realización de una feliz utopía. “Ella ha significado tanto en mi vida”, afirma desde el anonimato de la calle una muchacha de diecinueve años y estudiante de Bogotá y fanática de Shakira desde los nueve años. Para todos ellos, Shakira compuso y cantó su música. Es la generación de Shakira. Pero existe otra generación, la que hoy transita entre los ocho y quince años, que empieza a verla como una madre. Una madre sin hijos. Una madre social. Una adulta buena, famosa. Así la ve sobre todo una niñez desamparada que desde el fondo de su tragedia espera de ella algo más que su música, que la noticia de su próximo disco, que la leyenda de su posible matrimonio, que si se casa después que en este junio presente su disco sencillo o al término de su nueva gira mundial de conciertos que empezará a finales de este año y terminará a finales del próximo, o que ya firmó las capitulaciones matrimoniales.
No son los que viven de la leyenda de la farándula. Son los más de cinco mil niños que hoy comen tres veces en el día y estudian en excelentes colegios “gracias a la mamá Shakira”. Desde los cuatro años ella sabía que iba a triunfar. Pero a los siete, hija de un matrimonio de Barranquilla de clase media acomodada, conoció la pobreza cuando su padre quedó en bancarrota. Entonces la llevaron a un sector pobre de la ciudad para que viera cómo vivían los que realmente eran pobres. Los que caminan con los pies descalzos… Y cuando los vio, se prometió que algún día iba a luchar por ellos.
Y pasaron los años y mucho antes de llegar a vender esos cincuenta millones de discos o ser la artista capaz de colmar las plazas mayores desde Ciudad de Méjico hasta Estambul, volvió para devolver su corazón y parte de su fortuna. Si algo dicen las cifras, hay que precisar que sólo en Colombia ha aportado personalmente más de la mitad de los diez millones de dólares que ha costado construir o mejorar los cinco megacolegios donde estudian cerca de cuatro mil niños. Dos quedan bajo el viento helado de los Altos de Cazucá, en Soacha, y uno en Quibdó entre la pobreza y bajo la lluvia tropical, allá en la invasión La Victoria, y los otros dos en Barranquilla: uno en las Américas y el otro en el corregimiento La Playa. Este último lo inauguró en febrero pasado en compañía del Presidente Uribe, y es de esos colegios de una dimensión que no hace el Estado: colegios de 14.000 metros cuadrados de construcción en cuatro hectáreas de terreno. Éste de Barranquilla costó seis millones de dólares, cuatro del bolsillo de Shakira y dos de donaciones. Y está trabajando en el proyecto de construir tres más: otro en Barranquilla, uno en Soacha y el primero de Cartagena.
Desde hace seis años la ex canciller María Emma Mejía, quien también es como una madre para muchísimos jóvenes de las comunas de Medellín y que dirige la Fundación Pies Descalzos, ha visto la pasión y la seriedad profesional con las que Shakira ha asumido esta empresa. “El tema filantrópico es tan importante para ella como la música. Y tiene muy en claro que la única posibilidad para que un niño que nazca pobre no muera pobre, es que se eduque, porque es la educación lo único que puede cambiar su destino”, afirma la ex ministra.
En cambio ella, Shakira, lo está haciendo. Ahora. Joven. Es la mujer colombiana más universal en toda la historia nacional. Ha vendido cincuenta millones de discos en todo el mundo, pero afirma de modo contundente: “Soy una mujer que se pregunta constantemente acerca de los retos de la vida, y estoy segura de que mis metas no son sólo vender discos”.
Es la novia de Colombia. Es ídolo de millones de colombianos que están dejando de ser jóvenes y haciéndose cada vez más adultos con ella, que están pasando con ella la línea de sombra de los treinta años y que poco a poco se irán haciendo viejos con ella. Todos marcan su vida con la música de ella… Cada uno de sus discos, todo lo que dice y hace, o el día en que se case, y aquellos días en que tenga hijos, su destino de vida de alguna manera toca el corazón y los sentimientos de la juventud de una nación que tiene pocos héroes, que espera con incertidumbre su propio futuro y desde cuya desdicha ve en ella la realización de una feliz utopía. “Ella ha significado tanto en mi vida”, afirma desde el anonimato de la calle una muchacha de diecinueve años y estudiante de Bogotá y fanática de Shakira desde los nueve años. Para todos ellos, Shakira compuso y cantó su música. Es la generación de Shakira. Pero existe otra generación, la que hoy transita entre los ocho y quince años, que empieza a verla como una madre. Una madre sin hijos. Una madre social. Una adulta buena, famosa. Así la ve sobre todo una niñez desamparada que desde el fondo de su tragedia espera de ella algo más que su música, que la noticia de su próximo disco, que la leyenda de su posible matrimonio, que si se casa después que en este junio presente su disco sencillo o al término de su nueva gira mundial de conciertos que empezará a finales de este año y terminará a finales del próximo, o que ya firmó las capitulaciones matrimoniales.
No son los que viven de la leyenda de la farándula. Son los más de cinco mil niños que hoy comen tres veces en el día y estudian en excelentes colegios “gracias a la mamá Shakira”. Desde los cuatro años ella sabía que iba a triunfar. Pero a los siete, hija de un matrimonio de Barranquilla de clase media acomodada, conoció la pobreza cuando su padre quedó en bancarrota. Entonces la llevaron a un sector pobre de la ciudad para que viera cómo vivían los que realmente eran pobres. Los que caminan con los pies descalzos… Y cuando los vio, se prometió que algún día iba a luchar por ellos.
Y pasaron los años y mucho antes de llegar a vender esos cincuenta millones de discos o ser la artista capaz de colmar las plazas mayores desde Ciudad de Méjico hasta Estambul, volvió para devolver su corazón y parte de su fortuna. Si algo dicen las cifras, hay que precisar que sólo en Colombia ha aportado personalmente más de la mitad de los diez millones de dólares que ha costado construir o mejorar los cinco megacolegios donde estudian cerca de cuatro mil niños. Dos quedan bajo el viento helado de los Altos de Cazucá, en Soacha, y uno en Quibdó entre la pobreza y bajo la lluvia tropical, allá en la invasión La Victoria, y los otros dos en Barranquilla: uno en las Américas y el otro en el corregimiento La Playa. Este último lo inauguró en febrero pasado en compañía del Presidente Uribe, y es de esos colegios de una dimensión que no hace el Estado: colegios de 14.000 metros cuadrados de construcción en cuatro hectáreas de terreno. Éste de Barranquilla costó seis millones de dólares, cuatro del bolsillo de Shakira y dos de donaciones. Y está trabajando en el proyecto de construir tres más: otro en Barranquilla, uno en Soacha y el primero de Cartagena.
Desde hace seis años la ex canciller María Emma Mejía, quien también es como una madre para muchísimos jóvenes de las comunas de Medellín y que dirige la Fundación Pies Descalzos, ha visto la pasión y la seriedad profesional con las que Shakira ha asumido esta empresa. “El tema filantrópico es tan importante para ella como la música. Y tiene muy en claro que la única posibilidad para que un niño que nazca pobre no muera pobre, es que se eduque, porque es la educación lo único que puede cambiar su destino”, afirma la ex ministra.
Educación integral, ayuda alimentaria contra la desnutrición y el acompañamiento social y sicológico son posibilidades de vida para aquellos que viven en una Colombia donde dos millones y medio de niños son maltratados, 35.000 son explotados sexualmente, 40.000 viven en las calles, cerca de tres millones trabajan en ciudades y campos y más de seis mil están vinculados a grupos armados irregulares. Son los hijos que crecen con miedo y sin esperanza. A más de cuarenta mil de ellos y a sus padres, la Fundación Pies Deslcazos los ha provisto de educación y sustento alimentario.
Y por ellos, Shakira decidió hacer lo que muchos no han hecho. Invitó a famosos artistas y grandes empresarios. En el exteriora su compatriota, el otro grande, Juanes, y al español Alejandro Sáenz. Y desde el multimillonario Howard Buffet hasta el ex presidente Bill Clinton. Desde las principales empresas privadas de Colombia hasta multinacionales y visionarios de lo importante de la inversión social en el capitalismo moderno como los empresarios Samuel Azout, Antonio Celia, Bruce MacMaster y Alejandro Santo Domingo.
La mayoría de los grandes cantantes exigen que en los conciertos los reflectores se proyecten sobre sí mismos y no sobre la multitud, para no enfrentar la mirada apasionada de la muchedumbre. Shakira exige lo contrario. Quiere ver el rostro, la mirada, como si buscara la historia de cada vida en aquellos rostros anhelantes.
Por eso le quiere cambiar el destino de miseria y muerte al niño Julián de la escuela El Minuto de Dios de los Altos de Cazucá. Sus maestras lo hicieron otra persona con los talleres de lectura, música y refuerzos académicos. Apoyado por la Fundación Pies Descalzos viajó a Miami a acompañar a Shakira en la entrega de los Premios Billboard. Y cambiar la vida de Clarisa Rentería, desplazada del Chocó, y sus tres hijos, y quien forma parte de la cooperativa de la Escuela Pies Descalzos de Quibdó dentro del proyecto nutricional de la Fundación para el complemento y soporte de la educación. Y la vida de aquella negrita de trenzas de Barranquilla y que hasta hace poco caminaba con los pies descalzos, como los vio Shakira en esa misma ciudad hace ya 25 años pero que ahora tiernamente se refugia en el pecho de la cantante como buscando el calor de una madre.
Porque Shakira lo hizo, este gesto de compromiso social, desde los 25 años y ahora al filo de los 32, para convertirse sin buscarlo en madre de miles y miles de niños colombianos.
El pensamiento de Shakira
La canción de la esperanza, Una no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Cuando tenía siete años, el negocio de joyería de mi padre entró en bancarrota. Yo no sabía qué significaba esa palabra, y cuando mi familia me envió adonde unos amigos en Los Ángeles, nunca pensé que mi vida normal sería diferente.
Cuando regresé a casa, todo había cambiado: los dos automóviles en los que nos llevaban a la escuela y los amigos de la cuadra con los que solía jugar. El aire acondicionado que nos mantenía frescos en el duro calor tropical había sido vendido y tuvo que ser sustituido por humildes ventiladores de aspas, y el televisor de colores debió ser reemplazado por un viejo y pequeño aparato de blanco y negro. Las ricas comidas a las que yo estaba acostumbrada fueron reemplazadas por ligeras raciones que mi madre compraba.
De una clase media acomodada, nos habíamos vuelto pobres dela noche a la mañana, y desde la perspectiva de una niña de siete años no parecía haber nada peor. Recuerdo vivamente mi desesperación en aquellos momentos.
Pero mis padres encontraron la manera de hacerme ver la situación y de mostrarme lo afortunada que en realidad era, dado que había otras familias que sobrevivían con menos. Y para que yo me diera cuenta de que uno no aprecia las cosas sino hasta que las pierde, y también de lo afortunada que de todas maneras yo era, mi padre me llevó a un sector de Barranquilla donde vivían unos niños de la calle. Tenían más o menos mi edad, y sus rostros no eran muy diferentes del mío o del de cualquiera de mis amigos de entonces: la diferencia es que ellos literalmente no tenían nada.
Vivían en medio de la suciedad y la tristeza, arropados por harapos, esculcando en las canecas de basura alguna sobra para comer. Muchos aspiraban pegante como para mitigar el dolor de su existencia.
Y tenían los pies descalzos. En ese momento me prometí a mí misma que en el primer instante en que pudiera ayudar a estos niños de la calle, lo haría.
Y por esa imagen de aquellos niños desarrapados que mi padre me llevó a conocer, es que mi primer álbum se llama así: Pies descalzos.
Es un nombre en homenaje a esos niños cuyos rostros persisten en mi memoria. Sólo espero que de alguna manera sea capaz de servir de voz para esos niños que no tienen nadie que los escuche, ni nadie que los cuide. Yo tenía 18 años cuando aquel primer álbum salió al mercado, y desde entonces creé una fundación de caridad para tratar de ayudar a pequeños como los que observé diez años antes en el parque. Esperaba que al mismo tiempo que mi carrera profesional triunfara, así podía colaborar para que todos esos niños escaparan de la pobreza y progresaran.
Durante los últimos diez años, la Fundación Pies Descalzos ha ayudado con éxito a miles de niños pobres. Por menos de dos dólares al día, las escuelas que hemos fundado les brindan una educación especializada, una nutrición balanceada, ayudas específicas para aquellos que sufrieron experiencias trágicas, y la oportunidad de estimularlos para romper el ciclo vicioso de la pobreza.
Por eso no piensen que es imposible educar a los niños pobres. Lo hacemos cada día en Colombia, el segundo país, después de Irak, en número de desplazados a causa de los horrores de la guerra.
Ahora queremos llevar estos programas educativos a otras partes del mundo a través de una fundación estadounidense: Barefoot.
[…] Ese niño con los pies descalzos que observé en un parque hace años merece la oportunidad.Shakira
Y por ellos, Shakira decidió hacer lo que muchos no han hecho. Invitó a famosos artistas y grandes empresarios. En el exteriora su compatriota, el otro grande, Juanes, y al español Alejandro Sáenz. Y desde el multimillonario Howard Buffet hasta el ex presidente Bill Clinton. Desde las principales empresas privadas de Colombia hasta multinacionales y visionarios de lo importante de la inversión social en el capitalismo moderno como los empresarios Samuel Azout, Antonio Celia, Bruce MacMaster y Alejandro Santo Domingo.
La mayoría de los grandes cantantes exigen que en los conciertos los reflectores se proyecten sobre sí mismos y no sobre la multitud, para no enfrentar la mirada apasionada de la muchedumbre. Shakira exige lo contrario. Quiere ver el rostro, la mirada, como si buscara la historia de cada vida en aquellos rostros anhelantes.
Por eso le quiere cambiar el destino de miseria y muerte al niño Julián de la escuela El Minuto de Dios de los Altos de Cazucá. Sus maestras lo hicieron otra persona con los talleres de lectura, música y refuerzos académicos. Apoyado por la Fundación Pies Descalzos viajó a Miami a acompañar a Shakira en la entrega de los Premios Billboard. Y cambiar la vida de Clarisa Rentería, desplazada del Chocó, y sus tres hijos, y quien forma parte de la cooperativa de la Escuela Pies Descalzos de Quibdó dentro del proyecto nutricional de la Fundación para el complemento y soporte de la educación. Y la vida de aquella negrita de trenzas de Barranquilla y que hasta hace poco caminaba con los pies descalzos, como los vio Shakira en esa misma ciudad hace ya 25 años pero que ahora tiernamente se refugia en el pecho de la cantante como buscando el calor de una madre.
Porque Shakira lo hizo, este gesto de compromiso social, desde los 25 años y ahora al filo de los 32, para convertirse sin buscarlo en madre de miles y miles de niños colombianos.
El pensamiento de Shakira
La canción de la esperanza, Una no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Cuando tenía siete años, el negocio de joyería de mi padre entró en bancarrota. Yo no sabía qué significaba esa palabra, y cuando mi familia me envió adonde unos amigos en Los Ángeles, nunca pensé que mi vida normal sería diferente.
Cuando regresé a casa, todo había cambiado: los dos automóviles en los que nos llevaban a la escuela y los amigos de la cuadra con los que solía jugar. El aire acondicionado que nos mantenía frescos en el duro calor tropical había sido vendido y tuvo que ser sustituido por humildes ventiladores de aspas, y el televisor de colores debió ser reemplazado por un viejo y pequeño aparato de blanco y negro. Las ricas comidas a las que yo estaba acostumbrada fueron reemplazadas por ligeras raciones que mi madre compraba.
De una clase media acomodada, nos habíamos vuelto pobres dela noche a la mañana, y desde la perspectiva de una niña de siete años no parecía haber nada peor. Recuerdo vivamente mi desesperación en aquellos momentos.
Pero mis padres encontraron la manera de hacerme ver la situación y de mostrarme lo afortunada que en realidad era, dado que había otras familias que sobrevivían con menos. Y para que yo me diera cuenta de que uno no aprecia las cosas sino hasta que las pierde, y también de lo afortunada que de todas maneras yo era, mi padre me llevó a un sector de Barranquilla donde vivían unos niños de la calle. Tenían más o menos mi edad, y sus rostros no eran muy diferentes del mío o del de cualquiera de mis amigos de entonces: la diferencia es que ellos literalmente no tenían nada.
Vivían en medio de la suciedad y la tristeza, arropados por harapos, esculcando en las canecas de basura alguna sobra para comer. Muchos aspiraban pegante como para mitigar el dolor de su existencia.
Y tenían los pies descalzos. En ese momento me prometí a mí misma que en el primer instante en que pudiera ayudar a estos niños de la calle, lo haría.
Y por esa imagen de aquellos niños desarrapados que mi padre me llevó a conocer, es que mi primer álbum se llama así: Pies descalzos.
Es un nombre en homenaje a esos niños cuyos rostros persisten en mi memoria. Sólo espero que de alguna manera sea capaz de servir de voz para esos niños que no tienen nadie que los escuche, ni nadie que los cuide. Yo tenía 18 años cuando aquel primer álbum salió al mercado, y desde entonces creé una fundación de caridad para tratar de ayudar a pequeños como los que observé diez años antes en el parque. Esperaba que al mismo tiempo que mi carrera profesional triunfara, así podía colaborar para que todos esos niños escaparan de la pobreza y progresaran.
Durante los últimos diez años, la Fundación Pies Descalzos ha ayudado con éxito a miles de niños pobres. Por menos de dos dólares al día, las escuelas que hemos fundado les brindan una educación especializada, una nutrición balanceada, ayudas específicas para aquellos que sufrieron experiencias trágicas, y la oportunidad de estimularlos para romper el ciclo vicioso de la pobreza.
Por eso no piensen que es imposible educar a los niños pobres. Lo hacemos cada día en Colombia, el segundo país, después de Irak, en número de desplazados a causa de los horrores de la guerra.
Ahora queremos llevar estos programas educativos a otras partes del mundo a través de una fundación estadounidense: Barefoot.
[…] Ese niño con los pies descalzos que observé en un parque hace años merece la oportunidad.Shakira
FUENTE:www.revistadiners.com.co
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